Una mañana de enero fría y nevada en Massachusetts, estaba yo sentado frente a una gran ventana que daba a la bahía, bebiendo lentamente mi café mientras observaba la salida del sol sobre el mar. Andaba por ahí de la mitad de los 30 días de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Hasta ese momento, había estado tratando de ser un buen novicio jesuita y pidiéndole a Dios la gracia que San Ignacio sugiere: "Conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca.” En eso estaba pues cuando en el fondo de mi mente, un pensamiento empezó a surgir: "¿Qué carambas estoy haciendo aquí?”
Al entrar al Noviciado Jesuita, como lo hice en agosto del 2009, el novicio comienza un programa de dos años, diseñado por San Ignacio de Loyola, que es algo así como un campo de entrenamiento para jesuitas. El noviciado se compone de 5 “experimentos”: los ejercicios espirituales, el peregrinaje o experimento de pobreza, el experimento de hospital, el “servicio menor y humilde” y el “experimento largo”. Cada uno expone al novicio a un aspecto particular de la vida jesuita para ayudarlo a discernir si el Señor lo está llamando a esa vida. San Ignacio quiso que esos experimentos fueran difíciles para ayudar al novicio a encontrar al Señor en situaciones incomodas, difíciles y a las que el novicio no está acostumbrado. Mi propio noviciado no fue la excepción. Yo serví en refugios para personas sin hogar, enseñaba a niños refugiados, cuidaba a moribundos durante sus últimos días, y pasé 30 días en oración sin contacto con el mundo exterior, ¡todo lo cual a la vez me desafiaba y confortaba enormemente!
Uno de los fundadores jesuitas dijo alguna vez que "nuestro hogar es el camino” por lo tanto un novicio viaja a menudo. Mi noviciado me llevó a Syracuse, Baltimore, Nueva York, Cochabamba (Bolivia), aquí mismo en Raleigh, Denver y Gloucester donde hice los Ejercicios Espirituales. Sin duda, los Ejercicios o “el Retiro Largo” es el experimento más importante del noviciado. Diseñado por San Ignacio, consiste de 30 días de oración y reflexión en los que uno se encuentra con el amor de Dios en la persona de Jesucristo de un modo íntimo y cada vez más profundo. Este encuentro sirve como núcleo y fundamento de la vida de cada jesuita. A medida que el sol subía por el horizonte esa mañana de invierno, aquella pregunta seguía persistiendo. ¿Por qué me encuentro en medio de este campo de entrenamiento espiritual de dos años? De repente, la respuesta brotó en mi corazón. Estaba allí por la misma gracia que había pedido momentos antes: conocer a Jesús más íntimamente, amarlo más intensamente y seguirlo más de cerca. Básicamente el Señor me estaba diciendo ¡Confía en el proceso y deja que comience la aventura!