Desde la fundación de la Compañía de Jesús en 1540, y hasta su muerte en 1556, San Ignacio de Loyola se dedicó a una misión que no le gustaba: administrar esta nueva orden religiosa. Esto incluyó escribir nuestro documento gobernante: las Constituciones Jesuitas. A pesar de su preferencia por estar "allá afuera" sirviendo a la gente directamente, San Ignacio descubrió que esta misión de administrar era la mejor manera con la que él podría glorificar a Dios, y por lo tanto se entregó por completo a ella.
Me encontré en una situación similar al comienzo de mi vida jesuita. A un jesuita que recibe sus primeros votos después de terminar el noviciado se le llama "escolar" (equivalente a “seminarista”), y al igual que la mayoría de los escolares, yo estaba entusiasmado por empezar mi labor como jesuita. La labor llegó, pero no como yo esperaba. La primera misión de un escolar se llama "Primeros estudios" donde uno estudia filosofía por tres años. Yo lo hice en la Universidad de Loyola en Chicago. Al igual que sintió San Ignacio con la idea de administrar, yo no me encontraba entusiasmado con la idea de pasármela estudiando todo el tiempo, ¡especialmente porque para empezar nunca hubiera elegido estar estudiando filosofía! Al principio, encontré el estudio frío, distante y agotador. Incluso tuve la tentación de estudiar solo lo necesario para aprobar y así dedicar tiempo a ministerios de mi preferencia, como ofrecer retiros a hombres sin hogar recuperándose de adicciones o servir como capellán de los deportistas en la Universidad.
Sin embargo, al finalizar mi primer año en Chicago, durante mi retiro anual, un jesuita sabio de edad avanzada nos habló sobre el párrafo 340 de las Constituciones. Aquí, San Ignacio dice a los escolares que se dediquen completamente al estudio porque no será menos sino más grato a Dios nuestro Señor que cualquier otra actividad. Me quedé atónito. En esta etapa de mi formación, no había nada que pudiera hacer - ni siquiera servir a las personas sin hogar o ayudar a los atletas universitarios a conocer a Jesús - que agradara y glorificara más a Dios que estudiar filosofía... ¡porque eso es lo que Dios me estaba pidiendo!
Pasé mucho tiempo orando con el párrafo 340 de las Constituciones y, aunque no hizo que el estudio de la filosofía me fuera más agradable, si me llenó de consolación. Para San Ignacio, "la consolación" no se refiere a un sentimiento de consuelo, sino a experimentar la presencia y asentimiento de Dios. Lo más importante, y a veces difícil, de confiar en el proceso de discernimiento es filtrar todas las voces que compiten diariamente por nuestra atención para descubrir cuál es la voz del Señor. Una vez que escuché la voz de Dios llamándome a mis estudios, la labor que antes me agotaba se convirtió en algo vivificante bajo una perspectiva totalmente nueva. Es una lección en humildad pensar que San Ignacio pudo haber experimentado eso mismo.